España y su soberanía tecnológica: ¿estamos preparados para competir en un mundo multipolar?

En un escenario internacional marcado por la fragmentación geopolítica y la aceleración tecnológica, la soberanía tecnológica se perfila como uno de los grandes desafíos —y también oportunidades— para Europa. La Asociación Española de Directivos (AED) organizó un encuentro con Emma Fernández, consejera independiente en compañías como Axway, Digital Consumer Bank, Iskaypet y Metrovacesa, y Luis Ignacio Vicente, Strategic Counsel de PONS IP.

Ambos expertos coincidieron en que Europa debe reforzar su capacidad de desarrollar y proteger tecnologías clave para garantizar su competitividad, su resiliencia económica y su autonomía estratégica. Vicente abrió el debate marcando la distinción entre soberanía tecnológica y autonomía estratégica, señalando que “en Europa utilizamos este segundo término porque somos conscientes de que el control absoluto de todos los activos tecnológicos no es viable, pero sí debemos aspirar a tener capacidad de acceso, de influencia y de acción”.

Fernández contextualizó este reto en una década de transición geopolítica en la que la tecnología se ha convertido en el principal vector de poder global. En su análisis, recordó cómo el giro estratégico de Estados Unidos hacia el Pacífico y la intensificación de la competencia con China han reconfigurado el comercio y la inversión internacional. Europa, advirtió, “ha sido probablemente el mayor defensor del libre comercio durante años, y hoy paga el precio de haber creído más que nadie en la hiperglobalización”.

Uno de los mensajes más reiterados fue que Europa sigue teniendo fortalezas —talento científico, capacidad industrial, ahorro privado, tradición regulatoria y tejido empresarial diverso—, pero necesita priorizar sectores, acelerar su capacidad de ejecución y generar condiciones favorables para la innovación. “No es un problema de análisis. Es un problema de implementación”, apuntó Vicente.

En ese sentido, el marco regulatorio europeo fue objeto de una crítica matizada. Emma Fernández defendió el papel de la regulación como herramienta de protección y orden, pero subrayó que “en los últimos años, el exceso de normas y su fragmentación han limitado significativamente el margen de maniobra de las empresas, especialmente de las más innovadoras”.

Ambos ponentes señalaron que la legislación no siempre está alineada con los tiempos de la innovación y que, en muchas ocasiones, se generan incertidumbres jurídicas que frenan la inversión. Fernández aludió a casos como la aplicación de la CSRD o la Ley Ómnibus, que, aunque bienintencionadas, todavía presentan dudas sobre su calendario, su alcance y su transposición nacional.

El encuentro también abordó un aspecto poco debatido pero crucial: la capacidad de influencia empresarial. Frente al activismo regulador de las grandes tecnológicas estadounidenses, las empresas europeas deben asumir un papel más activo en los espacios legislativos. Vicente lo expresó con claridad: “Tenemos que trabajar mucho más la influencia. En otros entornos, las compañías entienden que estar cerca del regulador no es una opción, sino una necesidad”.

Para los consejos de administración y comités de dirección, el reto está en incorporar la tecnología como una dimensión estratégica transversal, más allá de las áreas técnicas. “La tecnología ya no es un soporte, forma parte del núcleo del negocio”, remarcó Fernández. Por eso, consideró prioritario establecer indicadores claros, alinear decisiones tecnológicas con los retos estratégicos y asegurar una implementación rigurosa.

El debate también se centró en las personas. Con una población europea envejecida, escasez de perfiles tecnológicos y modelos laborales aún poco adaptados a la flexibilidad, Fernández insistió en que “vamos a tener que alargar la vida laboral, atraer talento internacional y aprender a convivir con nuevas generaciones y con modelos híbridos de trabajo”.

Pese a las dificultades, ambos ponentes cerraron con una visión optimista y de oportunidad. Europa todavía está a tiempo de reforzar su posicionamiento si consigue alinear regulación, estrategia industrial e inversión. “Las ventajas competitivas no son eternas, se construyen”, concluyó Fernández. La soberanía tecnológica, coincidieron, no es solo un reto: es también una vía para redefinir el papel de Europa en el nuevo orden global.

 

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